Linux y yo
Tabla de contenido
Empecemos por el principio: Windows⌗
Hace unos cuatro años conocí Linux en la práctica. Todo empezó debido a problemas que tenía con la instalación de Windows de aquel entonces. Windows no podía iniciar y, como todavía no sabía cómo podría solucionarlo, en vez de simplemente reinstalar el sistema me propuse cambiar de aires.
Instalé Fedora for Workstations, la versión de Fedora con el escritorio Gnome preparada para su uso en una estación de trabajo, a diferencia de sus flavors para gaming, servidores… que tienen funcionalidades mucho más concretas. Lo más gracioso era que nunca supe que Fedora en realidad era Linux, porque tampoco sabía qué era Linux. Aunque lo había oído por ahí y hay sistemas operativos que lo incluyen en el nombre, cuando intentaba instalar un sistema operativo llamado Linux, nada parecido salía en los resultados de Google, algo que lo hacía incluso más misterioso. Sin embargo, de alguna forma di con Fedora y, sin comerlo ni beberlo, confié con que eso era Linux y le di un intento.
Lo aborrecí desde un primer momento, y no me culpo: lo más destacable fue el entorno de escritorio, que me parecía contraintuitivo por todos lados debido a mi costumbre con el escritorio de Windows. Además, ninguna de las aplicaciones que usaba en Windows tenía una versión compatible con Linux, y la multitud de menús y botones de Windows fueron sustituidos por una terminal que, aunque sea potentísima, era completamente desconocida para mí.
Juraría que tardé poco más de una semana en volver a mi querido sistema operativo con el que llevaba trabajando toda mi vida. Sin embargo, las ganas de huir de Linux pudieron convivir con la gran curiosidad que sentía. Había visto que Linux no era tan text-mode como la gente lo pintaba y, encima, funcionaba realmente bien en mi portátil de aquel entonces: el consumo de memoria era ínfimo y el i7 7700U rendía de sobresaliente.
Conociendo el mundo Linux⌗
Desde ahí, cuando oía hablar sobre Linux en servidores y portátiles –por aquel entonces ni se mencionaba Linux en escritorio– podía incluso verme incluído de una forma u otra: yo había instalado Linux en mi portátil y había tardado más de una semana en quitármelo, por lo que tan mal no fue.
Sin embargo, de Fedora no oía hablar, sino que era Linux lo único que mencionaban. Tuve que indagar un poco para encontrar otro nombre: Ubuntu; y una palabra nueva: distribución. Al parecer, Linux –que seguía sin saber qué era en realidad– tenía multitud de diseños llamados distribuciones. Una de ellas era Fedora y otra Ubuntu. Aunque sentía que me acercaba a lo que realmente era Linux, también sentía que estaba más lejos que nunca de entenderlo del todo.
Mi segundo intento⌗
Visto lo que hemos visto hasta ahora, tenía miedo de volver a instalar Linux en mi portátil principal porque todavía no tenía suficiente confianza con él. Sin embargo, como dicho portátil era muy caro, no quería sacarlo por ahí para mis experimentos. Para ello recurrí a un portátil de Windows 7 que me regalaron. Un portátil que, de actualizarlo a Windows 10, se habría roto en pedazos. ¿Qué hice para actualizarlo? Exacto, recurrí a Linux aunque, en este caso, fue Ubuntu en vez de Fedora porque lo había visto en los ordenadores de clase. Aprendí sobre Wine y algunos comandos que me servirían para entenderme un poco más con el sistema. Sin embargo, el portátil solamente lo usé alguna que otra vez, así que en realidad volví a Windows poco después para olvidarme de Linux durante más o menos un año.
La pendiente resbaladiza⌗
Un amigo estaba aprendiendo hacking con Kali Linux en Virtualbox, y fue ahí cuando descubrí lo que son las máquinas virtuales y la posibilidad de usar Linux sin sacrificar mi muy preciado ecosistema Windows. En un principio me ceñía a dejar que él usara Linux para yo irme haciendo a la idea de la terminal y de esta nueva distro que usamos.
Gracias a las bondades de Virtualbox yo también me instalé Kali Linux aunque, por suerte o por desgracia, el pentesting nunca me ha parecido demasiado interesante para sacarle todo el juego al sistema operativo. Lo importante ya estaba establecido: no hace falta quitar Windows para aprender a usar Linux y dejarme conquistar por él.
Sin embargo, ya le había podido pillar el gusto a la terminal. Una ventana en la que haces cosas a base de escribir y que te ahorra usar un ratón, te ahorra tiempo, y encima queda muy guay. Además poco tardé en aprender que todo lo que hace una aplicación lo hace usando herramientas que ya están disponibles en la terminal junto a muchas otras.
Ahí fue cuando quise aventurarme en tener una experiencia al máximo de text-mode. Siempre he sido de arriesgarme con las cosas que me parecen interesante, así que pensé que nunca estaría de más darle el tiempo necesario para la experiencia friki definitiva.
Buscando una distro distinta a las que había visto hasta entonces –esas eran distros para débiles– me topé con Arch Linux. En realidad no sabía qué diferencia tendría con las otras dos distros a nivel funcional. Lo único que sabía es que no venía con entorno gráfico –y, por aquel entonces, tampoco con archinstall–. Era justo lo que buscaba.
Me pude entender con el sistema gracias a la espectacular Wiki de Arch, pero aun así no estaba a la altura de hacer la instalación por mí solo. Sin embargo, aprendí cómo montar discos duros externos, particionar discos, qué es Grub, cómo funcionan los usuarios de Linux… Y en definitiva la estructura de bajo nivel de Linux y la cantidad de problemas que puede causarme si no tengo los drivers adecuados instalados manualmente.
Estuve varias horas intentando instalar Arch Linux una y otra vez y todavía no había conseguido que funcionara. Aunque lo abandoné después de tantos intentos –además de ir a quejarme un poco a este amigo mío porque no me enteraba de ćomo funciona–, Virtualbox seguía en mi ordenador junto con dicha máquina a medio instalar y las nuevas cosas que aprendí sobre Linux. La curiosidad y el deseo de aprender sobre este enorme nuevo mundo me taladraban la cabeza.
Empezamos el distro-hopping⌗
Mi curiosidad sobre Linux se alió con Virtualbox para darme meses de distro-hopping. Nunca abandoné Windows realmente, pero toda ISO sobre la que mis ojos alcanzaban a leer estuvo una vez en mi equipo en forma de disco VDI. De OpenSUSE a Void Linux, pasando por los clásicos como Debian y –de nuevo, esta vez consiguiendo instalarlo– Arch Linux, hasta el punto que llegué a tener hasta 80 carpetas de máquinas virtuales en mi disco de 5TB. Aprendí sobre distintos entornos de escritorio y vi un poco sobre lo que era systemd y los distintos gestores de paquete que, aunque los había usado a la fuerza con mis intentos de usar Fedora, Ubuntu y Arch, nunca supe qué eran realmente o por qué existían.
Aquí había empezado mi camino en Linux con todas las de la ley.
Quedarse con una distro es lo complicado⌗
Ahí fue cuando me dije el típico ahora tengo que decidirme por una distribución. Había mirado de todo en todos lados, pero algo tenía claro: no iba a estar gastando mi tiempo con las distros verdaderamente friki como Gentoo o Void Linux, pues rompían demasiado con lo que conocía –y conozco a día de hoy– de Linux. Me ceñiría a las distribuciones normalitas y, a ser posible, que no se basen en ninguna otra. Esto es, no usaría las versiones iniciales de Tanglu, una distribución basada en un principio en Linux Mint, que se basa en Ubuntu, que se basa en Debian.
De esta forma, me quedaba con un array mucho más reducido de opciones:
- Arch Linux
- Debian
- Fedora
Sin embargo, nunca conté del todo con Fedora debido a su sistema de flavors. Que haya un Fedora para servidores, otro para estaciones de trabajo… para mí no era más que una molestia, sobre todo porque hablamos de ISOs distintas. De esta forma, era un Debian vs. Arch en toda regla.
La decisión que definiría mi futuro⌗
Después de varias semanas buscando en internet página tras página sobre Arch y Debian y muchísimas diferencias –desde el sistema rolling-release de Arch a la complejidad de configuración y opciones de apt, pasando por la forma de instalar– tomé la decisión que definiría mi futuro en Linux, en el amor, y en la vida en definitiva:
Me casé con Debian.
Y no fue una decisión precipitada en absoluto, o al menos eso creo a día de hoy: tantas distribuciones populares se basan en Debian que muchos rasgos de su arquitectura, como APT, los veré in the wild. Además, Debian suele ser súper estable –a cambio de recibir actualizaciones muy lentas–, algo que me interesa extremadamente. En el caso de Arch, que es un rolling-release, las actualizaciones de paquete se emiten tan pronto como su desarrollador pueda compilarlo correctamente con las versiones de bibliotecas que están disponibles, y no hay tal cosa como versión de Arch, sino que un sistema Arch Linux está o no actualizado. En cambio, Debian tiene un riguroso sistema para evitar bugs que podría resumirse en que, para que la versión de un paquete llegue a la versión stable de Debian, deberá haber durado par de semanas sin recibir un solo bug report. Cada vez que una gran cantidad de paquetes se puede actualizar de forma segura se dice que tenemos una nueva major version de Debian.
Primeros pasos con Debian⌗
Era hora de empezar con Debian. Igual que con las demás instancias de Linux, lo hice en Virtualbox, pero esta vez con el compromiso de intentar hacerlo todo desde ahí y mirar formas de adaptar mi proceso productivo y creativo a las herramientas de Linux. Vamos a ello.
Por fortuna para mí –aunque ahora deseo que fuera distinto–, Debian tiene su propio instalador con la iso mínima, así que pude iniciarme sin mayor problema, a diferencia de lo que me sucedió con Arch cuando empecé con esto.
Apliqué las configuraciones por defecto –incluso a día de hoy no me preocupo mucho más–, y llegó el momento de empezar la descarga del sistema operativo. El instalador me preguntó qué entorno de escritorio quería. Primero, modo texto no es una opción porque quería hacer de este sistema una estación de trabajo real y con fundamento. Además, como nunca fui fan de Gnome también lo descarté a la primera de cambio. Por otro lado, alternativas como LxDE, LxQt, Xfce… están demasiado optimizadas y dejan muy de lado el apartado visual como para serme atractivas. La decisión estaba entre Cinnamon y KDE Plasma. Aunque Cinnamon no está nada mal para un sistema de trabajo en cuya personalización y configuración no vas a invertir tiempo, mi plan era hacerlo mío al máximo. Para ello, KDE Plasma es lo mejor.
Entonces, Debian Bullseye con KDE Plasma fue la elección –y, como lo había descubierto par de días atrás, todos los colores según el esquema Gruvbox Dark–.
Todo había ido según el plan y estaba motivadísimo. Cada vez que encendía el ordenador, abría Windows y con él Virtualbox para iniciar mi estación de trabajo. Sin embargo, unas semanas después vi que era demasiado incómodo. El consumo de memoria era brutal y a la hora de jugar tenía que cerrar la máquina. Era hora de configurarme un dual-boot.
Hora del dual-boot⌗
No recuerdo exactamente cómo descubrí las bondades del dual-boot, pero lo que sí tenía claro es que iba a ser la solución para mis problemas, o al menos para los que tenía por aquel entonces.
Entonces, vamos al asunto: reiniciamos el ordenador, reducimos la partición de Windows 100GB, y creamos la partición para mi nuevo sistema operativo. Después configuro en la BIOS iniciar el grub de Debian para poder abrir tanto Linux como Windows según necesite y… perfecto, ya tenemos todo preparado para trabajar.
Todo iba como la seda. Estuve semanas con el dual-boot funcionando. Cuando quería jugar abría Windows y, cuando quería invertir mi tiempo en algo más productivo, Linux era la solución: los problemas con los juegos y drivers de GPU hacían que fuera prácticamente imposible distraerme con algo que no fueran vídeos de Youtube.
De esta forma, cambiaba con cierta frecuencia de SO. Estaba más o menos una vez al día tanto en Linux como en Windows.
El declive de los videojuegos⌗
Tenía Linux en parte para no distraerme jugando en Windows pero, contra todo pronóstico, cada vez que encendía Windows para jugar terminaba leyendo o viendo vídeos en Youtube igual que lo haría en Linux. Jugar ya no me emocionaba ni tenía ganas de hacerlo. Se había vuelto una experiencia monótona y aburrida frente a aprender y estudiar.
Esto lo tomé como una señal de que Linux ya no haría falta: desinstalé Steam, Ubisoft y cualquier otro launcher que tuviera por el momento, y volví a quedarme en Windows, esta vez sin distracciones ni problemas. Fue el inicio de mi productividad en Windows, con toda la configuración guardada y perfectamente ajustada a mí, a diferencia de lo que tenía en Linux.
Así duré otro par de meses.
El incidente Windows 11⌗
Poco tiempo después lanzaron Windows 11. Tenía tan buen aspecto y diseño que, junto con las nuevas características y la –muy necesaria– desmantelación de características heredadas como Internet Explorer o Notepad, junto a multitud de servicios y tecnologías; decidí ponérmelo sin mucha duda.
Este amigo pentester también se lo puso, pero le daba problemas a menudo y tuvo que revertir la actualización volviendo a Windows 10. Yo, en cambio, tuve una experiencia de lo más pulida: animaciones fluidas, nuevas aplicaciones de diseño súper atractivo… parecía que nunca lo cambiaría.
Todo esto duró unas semanas. Después de una actualización importante, cada vez que intentaba abrir un PDF el explorador de Windows me daría un pantallazo azul. En un principio pude ignorarlo, pero cuando quería estudiar se volvía tan molesto que me estaba planteando qué hacer.
La fase definitiva⌗
Después de una semana deliberándolo con seriedad –la decisión no debía tomarse a la ligera–, decidí instalar Linux como reemplazo completo de Windows. Borraría todo Windows del SSD para colocar en su lugar mi querido Debian.
La arriesgada operación tomó lugar pocos días después: Debian Bullseye con KDE Plasma –esta vez sin los colores Gruvbox– había vuelto a mi vida y, esta vez, probablemente para quedarse.
Las aplicaciones que instalé fueron más o menos las mismas que tenía en Virtualbox en un principio, solo que al máximo de rendimiento e inmersión. Al fin, tenía Linux sin excusas para volver a Windows.
Fue en este punto que malinterpreté el declive de los videojuegos: en vez de quedarme en Windows porque los juegos ya no me distraían, tenía que haber usado eso como excusa para mudarme del todo a Linux.
De ahí al día de hoy.⌗
Desde que instalé Linux definitivamente aproximadamente 4 meses antes de la redacción de este post –allá por enero de 2023–, no he vuelto a Windows más que en clase, y no he sentido la necesidad de volver a jugar –especialmente porque para eso está el juego de terminal atc. ¿Qué más necesitaría un hombre?–.
Aunque he tenido multitud de cambios en la experiencia e incluso una reinstalación porque mi falta de costumbre a Linux hizo que lo llenara todo de aplicaciones innecesarias, mi sistema operativo de elección para daily-driving lleva siendo Linux todo este tiempo.
El sistema en que estoy escribiendo esto es Debian Linux 11.7 pero, en vez de KDE Plasma, usando Suckless Dwm como WM y St como terminal. Ahora estoy cómodo en mi entorno y no tengo planes a corto o incluso medio plazo de cambiarlo.
Gracias por leerme.